La verdad oculta by Jordi Sierra i Fabra

La verdad oculta by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2024-05-23T00:00:00+00:00


43

Virtudes contempló la ropa de Joaquín diseminada por encima de la cama. Ropa de verano. Ropa de playa. Tenían más en la casa de Blanes, pero nunca estaba segura de si era suficiente. Los hijos crecían, se estiraban. Lo que les quedaba bien un año les iba pequeño al siguiente. Y sin olvidar las modas. Natividad era experta en eso:

—¡Mamá! ¿No ves que esta blusa es del año pasado?

Lo decía así, con énfasis redoblado, remarcando las palabras más cruciales.

Joaquín era menos presumido.

O lo había sido hasta ese momento.

A veces dependía de las amistades, el grupo, alguna chica…

—No te lo vas a llevar todo, ¿verdad? —le preguntó a su hijo.

El chico se encogió de hombros.

—Todavía falta una semana —dijo.

—Pero ya sabes que no me gusta dejar las cosas para última hora —le advirtió ella—. Yo solo te digo que seas comedido, porque luego no cabemos en el coche. Los cinco, las maletas…

—Pero si Blanes está aquí mismo y papá subirá y bajará en coche.

—¿Pretendes que tu padre coja ropa y haga una maleta?

—Si lo dejaras… Pero como siempre quieres organizarlo todo…

—¡Joaquín!

—Te quiero, mamá. —Le guiñó un ojo.

—Te estás volviendo un poco insoportable, ¿lo sabes?

—¿Yo? —Demudó el rostro hasta lo más extremo—. ¡Pues, si yo estoy insoportable, qué dirás de Natividad!

—Tu hermana es una niña que está empezando la adolescencia y sufre cambios hormonales y corporales, no lo olvides.

—¿Así que ahora se llama así al mal genio?

—¡Pero se puede saber qué te pasa!

—¿A mí? Nada. Eres tú la que me acaba de llamar insoportable y ha dicho que Natividad tiene hormonas descontroladas.

—¡Yo no he dicho eso, válgame el cielo! —se enfadó.

—Vaaale… —Joaquín trató de ser condescendiente.

Discutir con su madre era como pelearse con una piedra.

Igual lo cogía de una oreja y lo llevaba a confesarse y a oír misa.

—Bueno, deberías empezar a elegir lo que vas a llevarte. —Volvió a lo suyo Virtudes—. Para que Celia vaya preparándote la maleta.

—Mamá, ya lo haré yo.

—¿Por qué?

—Porque es mi ropa.

—¿Por qué no puede hacerlo la chica? ¿No quieres que te vea los calzoncillos o qué?

Joaquín se puso rojo.

Virtudes se lo dijo entonces.

Aquello que llevaba unos días carcomiéndola.

—Hijo… —vaciló lo justo—. ¿Celia y tú…?

—¿Celia y yo qué, mamá? —se envaró él.

—Me he dado cuenta de cómo la miras.

—¿Y qué quieres, que mire la pared? Es guapa, ¿no?

—No tendrás nada que ver con ella, ¿verdad?

—¡Mamá!

—Yo solo pregunto. —Levantó las dos manos—. Eres un hombre y ella, como bien has dicho, una chica guapa. Mayor que tú, mucho, pero guapa. No querría que tuviéramos un disgusto.

—¿Y qué disgusto podríamos tener? —Mantuvo la guardia alta, pero sin rehuir el combate.

—¡Ay, no lo sé! —Virtudes hizo un gesto de disgusto—. Un tío abuelo tuyo se lio con una criada, por eso lo digo.

—¿Qué tío abuelo?

—Alberto José, el de Tortosa.

—¿En serio?

—Sí, y prefiero no hablar de ello. Mira que, si me huelo que pasa algo, la pongo de patitas en la calle. Y eso que me gusta, ¿eh? —quiso dejarlo muy claro—. Trabaja mucho y bien.

—Desde luego, se te ocurren unas cosas… —disimuló lo que pudo Joaquín.



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